miércoles, 6 de enero de 2010

samhira

Samhira

El silencio sobrecogía. Lluvia de estrellas liberadas de toda emoción. Cansado de la caminata del día, con mis ansias descubriendo el hilo delgado de la verdad me recosté en la solitaria duna.
El nuevo día me encontró cubierto de arenilla, la brisa refulgía la orilla de mi verbo, visionando historias: el chasqui divulgando las novedades del imperio; la marcha de la tropa de guerreros a la conquista de un nuevo reino, la tropilla de llamas y alpacas al rigor del abrasador calor en el desierto de ignoradas líneas. Debía seguir mi camino. En el desolado paraje un nombre me regocijaba: Samhira,
Por momentos me detenía y la fuerza del tayta inti avivaba mi cansancio, secando mis labios, la botella de agua debía alcanzar lo que faltaba, pero la emoción de la aventura escondía la sed, en el misterio que guardaba; si… gozaba con el trayecto plateado y los restos de cerámica que descubría; iba sin prisa con la vibración abierta.
La noche sedienta, no distinguía nada, deje que el cansancio le gane a la ilusión, dos horas después me rendía en un pequeño montículo, hechizado en el espejismo de Samhira
El nuevo día dibujaba el pueblo a lo lejos; pensaba en lo incierto del sueño; fantasear con su sonrisa franca, tierna, y su larga cabellera caminando mi tiempo, como el río y el mar, como la lluvia al campo. Mis cuadernos describían del momento ancestral las historias de esa región.
El pueblo descubierto por el viento en los enredos afanosos del sustento diario, contrastaba con mi cara blanca por el sudor seco y la ropa sucia; busque un hotel, me bañe y lave mi poca ropa. El toque insistente de la puerta me despertó -la cena esta lista- dijo el muchacho.
El local pequeño, dos personas se disponían a comer, al finalizar mi cena volví a mi cuarto. Cavilando me quede dormido.
Con el sol de la mano me desperezaba, cuando tocaron la puerta. ¡Era Samhira! Que abría el mundo en la puerta de mi cuarto, en esa aproximación mis pocas reflexiones me guiaron alucinado a la pirámide del sol, más lejos aun: al centro del ombligo del mundo, dominado por la nostálgica quietud religiosa que el tayta Inti da.
-¿Va a desayunar? Pregunto sarcástica; turbado atine a decirle que ya iría.
Tome mi café despacio, ansioso por volver a verla, pero fue en vano.
La brisa dejo que la mañana se lleve el sentimiento para seguir mi viaje.